El origen del mundo (1866) de Gustave Courbet, una pintura de la “ingle inferior” (bas-ventre) de una mujer, como la describió tímidamente el escritor Edmond de Goncourt en junio de 1889, es tan hermosa como descarada. La modelo de Courbet está retratada únicamente por su vulva, con los muslos separados para revelar los labios vaginales, contrarrestados por el vello púbico negro, una sábana blanca y la piel rosada de la parte inferior de sus pechos. Como confirma el título, Courbet rinde homenaje al origen de la vida y del mundo tal como lo conocemos, pero en el proceso también escenifica un llamamiento a las armas en favor de un realismo radicalmente nuevo.
[...] el cuadro va más allá de lo autobiográfico y se puede ver mejor como un manifiesto que ofrece una alegoría del placer sexual. [...]
El origen del mundo va aún más allá en esta visión honesta de lo real. El espectador se convierte en parte del cuadro viviente, tan cerca que la perspectiva es casi ginecológica. Muchos artistas antes de Courbet habían escenificado encuentros íntimos con el espectador, ya sea mostrando el desnudo en la naturaleza de tal manera que se pudiera ver mejor su figura desnuda, a pesar de su supuesta virtud e inocencia, o bien mostrándola como la encarnación misma del vicio, mirando descaradamente desde un tocador con sus nalgas desnudas y sonrojadas. El movimiento radical de Courbet consistió en retratar a las pudendas sin ninguna narrativa mitológica, histórica o moralista, incluso en estado de excitación.
[...]El origen del mundo, no sólo la modelo es un torso anónimo, sino que el sexo femenino está desnudo, disponible y enmarcado mirando hacia abajo desde una altura. Por lo tanto, Courbet parece poner al espectador en la piel del maestro: desde una perspectiva freudiana, este es un primer plano que podría leerse por su privilegio del deseo y el miedo sexual masculinos. Reescenifica lo que Freud describió como un momento seminal en el desarrollo de todo varón cuando el niño mira por debajo de la falda de su madre y se da cuenta de que sus genitales son bastante diferentes a los suyos. Sin embargo, aunque es tentador ver la pintura de Courbet a la luz de la idea de Freud de la angustia de castración, hacerlo sería excluir el potencial erótico y revolucionario de la obra. Si la vemos como una gloriosa celebración de la mujer, abierta a la mirada masculina o femenina, o incluso como una imagen del autoerotismo, podemos explicar mejor su impacto cultural.
—Alyce Mahon, en "The Art Newspaper" 2014
Origen del Mundo, 2015