NO SOY TAN JOVEN COMO PARA
SABERLO TODO
Siempre me llamó la atención el colectivo Mondongo y su enorme capacidad de fabricar obras artesanalmente complejas y asombrosas. Y, también -muchas veces-, extrañas y desconcertantes conceptualmente.
Tuve la suerte de estar en Buenos Aires cuando presentaron la obra No soy tan joven para saberlo todo, dentro de la Bienal de Performance del 2015, y comprobar la consistencia de Mondongo.
La idea de transformar una ventana comercial más bien chica y poco significativa en un espacio suntuoso, réplica en pequeña escala del Salón de Espejos de Versalles, funcionaba como si la vidriera hubiera tenido un espejo que ellos atravesaron para entrar en un mundo de fantasía, que no dejaba de interactuar con la realidad. Me tocó verlo el día que ese hermoso Pinocho, de cara también espejada, repartía una torta de fiesta. La situación era surrealista y no lo era a la vez. Pinocho era un dios todo poderoso, que se tomaba su tiempo para poner un pedacito de torta en las manos que se desesperaban por llegar a ella.
Muy bien lograda técnicamente, la perspectiva armada en ese espacio daba lugar a una excelente relación entre lo escenográfico y lo actuado. Los brazos y manos reales que salían de las ventanas, el gran pastel, la máscara espejada del personaje confinado dentro de ese magnífico espacio, todo estaba tan bien calibrado que uno sucumbía a la fantasía, como de alguna forma invitaba Oscar Wilde desde el título del performance. Y la vereda llena de gente en la noche, sucediéndose para poder ver la acción incesante detrás del vidrio, nos transformaba en otros, que al igual que las manos, nos volvíamos parte de la performance y sus imágenes especulares.
—Liliana Porter, 2015
Performances, 2015—2018