CUMBRE
Diez obras integran el selecto repertorio que Mondongo ha elaborado para desembarcar en Madrid. Siguiendo las convenciones de lectura establecidas para los géneros históricos, a simple vista nueve parecen retratos -preponderancia de rostros humanos- y el décimo sería un paisaje -bosquecito arbolado-, pero en un segundo vistazo la densa trama de decisiones que late detrás de cada imagen elude el confort de las categorías fáciles.
En términos estilísticos, la primera transgresión al género en su sentido más tradicional es que el realismo de estas representaciones no proviene del método clásico de la pintura -el arquetipo del artista que copia a su modelo del natural mientras éste posa- sino de la técnica fotográfica. Digitalizadas y manipuladas hasta convertirse en grillas de color, más tarde ampliadas y trasladadas al plano para luego ser revestidas con materiales diversos, las fotos tampoco son utilizadas en estado puro, sino que forman parte de un proceso que suma varias capas de distanciamiento entre lo real y su versión gráfica, más cerca del collage que de la pintura en tanto se resuelve con cierto relieve sobre un plano.
Cuerpo ausente, mediaciones técnicas, virtualidad: el lenguaje habitual del arte contemporáneo podría resultar adecuado para abordar estas piezas, pero su operatividad también es parcial. Al profundizar en un proceso hecho de instancias que ahondan el espacio entre artistas y modelos, otro dato ineludible desmorona la hipótesis de un arte tecnológico y reestablece la pertinencia del legado pictórico: en la elección de los materiales con que trabajan, los miembros de Mondongo no buscan otra cosa que el acercamiento total con sus retratados, de la misma forma en que el pintor de caballete procuraba captar el aura, el alma, la esencia de su modelo. Como aquellos pintores, este grupo de artistas también apela al estudio minucioso de quien va a ser retratado, sólo que en vez de observar directamente el cuerpo, más bien lo reconstruyen partiendo de supuestos no visibles. El retrato que diseñan y realizan con dedicación ultra artesanal deriva del diálogo con la/s identidad/es del personaje elegido, con sus aparentes cualidades y defectos expuestos en la esfera pública, con una suma de aseveraciones sociales y miradas de los otros.
Concebida como imagen sobre la imagen, la obra resulta del cruce entre la apreciación subjetiva las discusiones entre los tres artistas se materializan en una voz común y el caudal de información disponible y abierta que circula al margen de toda voluntad. Atravesado por múltiples imaginaciones, el supuesto realismo de estos cuadros aparece entonces matizado por una rara cuota de fantasía no identificable a primera vista. A pesar de la garantía de verosimilitud que propone siempre una fotografía frontal y directa, Mondongo ha encontrado la manera de hacer ficción en lugar de documento.
Cuando el rostro de Walt Disney, héroe de la pedagogía expansionista estadounidense, se cubre de plastilina y se torna casi siniestro, Mondongo propone su propio relato en torno al gran urdidor de relatos. Cuando no son sólo los ojos sino toda la cara de Bowie la que resplandece debido a la purpurina, Mondongo rinde su tributo en polvo de estrellas al maestro de la auto invención pop. En el San Martín de papel glacé, héroe tan magno que desborda el marco; en el Papa de hostias sobre madera veteada; en el Lucian Freud vuelto pura materia orgánica; en los reyes de España y el príncipe de infinitos cristales coloreados meticulosamente a mano; en la imagen del escritor argentino Fogwill, parapetada tras las puntas de lápices blancos sobre fondo blanco, en todas sus creaciones Mondongo dispone de algunos signos colectivos y los transforma en visiones personales, narraciones que amalgaman aspecto y concepto. Por último, los árboles de un paisaje -el Jardín Botánico de Buenos Aires- se visten de carne: en el panteón de favoritos de Mondongo, un lugar amado tiene status de persona.
Esta serie de diez piezas intenta sellar el encuentro imposible de varias figuras que, en principio, compartirían bien poco. Es una reunión cumbre de gente que ha llegado a la cima y que desde allí lidió o lidia con los vericuetos de la fama, con la
admiración y las fanatismos, acaso con la soledad y con el peso de saberse referentes. Mondongo confronta para homenajear a criticar, el gesto no es explícito y además la ironía tiende sus finísimas redes a determinados personajes que detentan prestigio y autoridad. La técnica es lo primero que fascina, pero es y no es lo que importa. Más allá de la destreza invertida en la confección de cada imagen, Mondongo invita a pensar en idolatrías, mitos, superficies de poder y multitudes.
Creo que el “aura” es algo que sólo pueden percibir los demás, y sólo ven aquello que quieren ver. Todo está en los ojos de los demás. (Andy Warhol)
En la cumbre hace mucho frío. (Victor Hugo)
—Eva Grinstein, 2004
Retratos Cumbre, 2003